TARARÁ

Yo, con Cristobal, Tere, Kiko, Maruchi y un amigo de Kiko
Maruja (de pie) mama y abuelo (sentados) yo (en la bici) Kiko y Juan (a caballo)
La playa de Tarará está a 24 Km. de La Habana, era una playa privada como cualquier urbanización, había un guarda en la entrada y solo entraba quien tenía una casa o iba de visita, previo pase, hay que entender la sociedad cubana de aquel entonces, muy parecida a la actual hoy, en España. Según entraban, a la izquierda se encontraba el único Supermercado, muy grande, le llamaban Minimax. A la derecha estaba un Club Hípico, donde los residente, o tenían sus caballos durante la semana para ser cuidados, o los alquilaban para pasear por la urbanización, mas adelante estaban las casas y la playa. En la otra punta había también un edificio donde la gente acudía por las tardes para jugar a las cartas, charlar ó jugar al Tennis. Los sábados por las noches, había baile, allí, pase momentos muy buenos, a veces actuaban artistas para los niños y mas de una vez acudieron Gaby, Fofo y Miliki, también allí, conocí a la primera esposa de Fidel Castro que estaba casada con el hijo de un Notario muy importante y pasaban los fines de semana en Tarará. A ese edificio le llamábamos El Club.
Tia Pura, Toña, Juanita, Herminia, Felix, mama, Manuela y Celestino. (sentados) Yo, Maruchi Kiko, Alex (de pie) y una migo de Kiko.
Papa había alquilado una casa, igual que en Guanabo, su idea era construir una, en un terreno que había comprado cerca del Club, pero mientras tanto, íbamos a Tarará los viernes hasta el domingo de noche que regresábamos a La Habana. Un año, nos quedamos allí, Kiko y yo íbamos con papa, comíamos en el colegio y volvíamos de noche, mama y Maruja quedaban en la playa. Los sábados mama se pasaba la tarde haciendo pastel de limón y cake helado, además de comida, pues el domingo venían Manuela, Maruchi y Celestino, Herminia y Félix, Tete y Nicolás, con Tere, tio Quinito, mis padrinos, Gervasio y Beatriz, en fin toda la familia, esos domingos eran maravillosos con tanta gente, pues era la familia de papa y la de mama, se llevaban muy bien, es lo que nunca perdonare de el Éxodo, se deshizo la familia. Algunas veces, sobre todo en vacaciones se quedaban Maruchi y Tere unos días, y armábamos la de Dios. A Kiko le gustaba jugar a los médicos con Tere y Maruchi, yo era la enfermera, otras veces le asaltábamos el armario a mama y nos disfrazábamos. Todos los días bajábamos a la playa, que estaba a 100 metros de casa, comíamos y tras dos horas volvíamos, luego nos duchábamos, cenábamos y veíamos la tele. A Maruchi, le encantaba contar cuentos de misterio y los contaba fuera, en el jardín, y de noche, nos ponían los pelos de punta.
La que es hoy Gran Duquesa de Luxemburgo, sus padres, Los Mestre, tenían la casa enfrente de la nuestra, tenía un jardin muy grande, Kiko volaba su papalote (cometa) en ese jardín.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Sigue escribiendo! no solo para tus hijos, para tus pseudo-sobrinos tambien :o)

Algun dia escribire yo mis recuerdos de las filloas y merengues de la tia Telly y de las partidas y las risas...

Muchos, muchos besos

Anónimo dijo...

Sí por favor, escríbelo todo y anima a mamá también, es la mejor forma de que nada se pierda.
Muchos besitos, Tere.

Cuba en Sucesión dijo...

http://manchiviri.blogspot.com/2010/11/memorias-de-tarara.html

El 99% de las casas eran lo que se llaman casas modestas de familias de clase media. Éramos pocos los residentes permanentes, entre los cuales se encontraba mi amigo de la infancia Fidelito Castro Díaz-Balart, con el cual compartíamos “guerras de almendras” y “fusilamientos” de fotografías del General Batista.

Es cierto que había casas fastuosas, no lo niego. Una de ellas era la del depuesto presidente de la República Dr. Carlos Prío Socarrás.

Tarará llegó a tener autocine, bomba de gasolina, farmacia, Mínimax, central telefónica, iglesia, cuartel de la guardia rural y policía particular. Nunca llegó a tener piscina. De inicio tuvo hasta un pequeño cuartel de bomberos. La iglesia y la central telefónica se encontraban en la parte de debajo de la loma. A la parte de la loma le llamaban “La Siberia”. Allí vivíamos nosotros. ¡Cuan lejos estábamos de pensar que muy pronto nos visitarían los siberianos!

Tarará no era un pueblo, ni una villa, ni una aldea. Era un “Reparto Residencial”, parcialmente urbanizado. Pocas de sus calles eran asfaltadas. La mayoría eran pedraplenes, que hacían insoportable pasear en bicicleta. No tenía alcantarillado. Las calles tenían alumbrado eléctrico. El agua era salobre. Muchos de los trabajadores, en su mayoría procedentes del pueblecito de Barreras, la bebían y nosotros (los muchachos le imitábamos). Jamás enfermamos por esa causa. Tal vez por otras.
La incipiente televisión se captaba con deficiencia, siendo insoportable el paso de los aviones “Super G Constelation”, aquellos de las tres colas, que lentos y pesados nos sobrevolaban, en su ruta a Miami y New York e impedían durante un inacabable espacio de tiempo, ver las aventuras de Rin Tin Tin.

Tarará era tan, pero tan cerrado, al público exterior, que para entrar había que pedir permiso a los residentes. No había robos. Después del primero de enero de 1959 comenzaron a entrar, primero, personajes ajenos. Allí vi, en primera, persona a Camilo Cienfuegos y al Ernesto Guevara compartir bromas. Como “consecuencia de su extraña dolencia asmática, Guevara se instaló en la casa del Dr. Carlos Prío Socarrás. Camilo era más…, de pueblo.

Cuba en Sucesión dijo...

http://manchiviri.blogspot.com/2010/11/memorias-de-tarara.html

Mis abuelos compraron una parcela de aquel reparto, propiedad de la familia norteamericana de apellido Webster. El viejo Webster, a su vez (según me contaron Joseíto y Lucía, los padres de July) había comprado aquellos terrenos en una bagatela. Se trataba de unas cuantas caballerías de “diente de perro” impenetrable y totalmente insalubre, donde tal vez se hubiera dado, en la persona de Joseíto, uno de los últimos casos de paludismo del Siglo XX, en Cuba.

La casa fue construida en 1952. Situada en el número 33804 del camino 23 entre 8 y Santa Elena, estaba compuesta por dos plantas, carporche, jardín al frente y atrás. En la planta baja una sala amplia que incluía una barra, un sala más pequeña (al fondo) para la televisión y el radio tocadiscos. Al fondo y a la derecha el comedor. Se encontraba también un baño auxiliar (inodoro y lavamanos) para las visitas. Luego venía la cocina y el cuarto amplio para dos sirvientas, con su bañito apretado. Vamos, que cuando Clara, la manejadora de mi hermana, se bañaba, se mojaba el inodoro y el lavamanos.

La cocina se componía de una habitación muy amplia, que incluía una mesa para cuatro o seis personas (era extensible), un fogón de gas, de cuatro hornillas (horno incluido), un calentador de gas (con piloto), un fregadero amplísimo y alrededor de las paredes un sinnúmero de estantes donde colocar los enseres. Por supuesto, no podía faltar el refrigerador, que era del tamaño de una persona de estatura algo superior a la media. No tenía nevera congeladora. Mi familia no acostumbraba a congelar alimentos.

Dos o tres años después de terminada nuestra casa, en el lote contigua (que hacía esquina y era más caro), construyeron su casa Joseíto y Lucía, donde por cierto me caí en la fosa (aun por terminar y como no podía salir pasé un gran susto). Tendría seis o siete años. Del otro lado del carporche, había una rampa donde cabían hasta tres carros. Vamos a ver: Entre la rampa del carporche y el carporche mismo cabían dos automóviles y en la rampa contigua tres. Sobraba espacio para el Buick 56 de mi abuela, el Ford 57 y el “Henry J.” de mi mamá, que en aquella época era un automóvil pequeñito.

La parte superior de la casa se componía de dos alas. En el ala izquierda se encontraban dos cuartos (4 por 3 metros), con baño intercalado. Uno de ellos correspondía a mi abuela y que solo era utilizado los fines de semana. El otro era mío y de mi hermana. Papá y mamá utilizaban el cuarto del ala derecha (5 por 4 metros), que tenía baño interior y una terraza (3 por 2 metros), desde la cual salté innumeras veces hacia el jardín, saltándome un seto de crotos que quedaba directamente debajo.